De mentiras y silencios

 

El pasado 25 de junio se publicó en el diario La Nación el artículo Claroscuros en la industria editorial argentina, en el que fueron entrevistados la Directora de la Carrera de Edición Patricia Piccolini, junto con el investigador Alejandro Dujovne.

Muy curiosamente, este artículo fue cuidadosamente ignorado por las fuerzas que respaldan a la Directora Piccolini (agrupación estudiantil FEI, agrupación de graduados Unidad Editorial y de profesores Consistencia Editorial) que de tantas cosas menores se vanaglorian a través de las redes sociales. En este caso los sectores que representan a la histórica Franja Morada en Edición (hoy Cambiemos) mantuvieron absoluto silencio sobre el artículo publicado en un medio gráfico de difusión nacional, entrevistando a la Directora de la Carrera por ellos electa.

Basta con leer las vergonzosas declaraciones de la Directora para entender por qué.

Dice Piccolini: “A la importación de libros es muy difícil oponerse porque ofrece variedad. Después habrá que ver si lo que llega son saldos que no son tan buenos o cosas interesantes. Yo celebro que podamos tener aquí libros importados”

Lo que la directora Piccolini olvida mencionar es que en las actuales condiciones de mercado, la apertura de importaciones por la que se alegra, destruye la bibliodiversidad argentina y la riqueza de la cultura local, que no puede competir con la barata y muy homogénea “diversidad” de la meseta cultural de la oferta publicaciones “enlatadas” para el mercado global, a la vez que destruye a la industria gráfica argentina volviendo a autorizar el ingreso de las grandes tiradas de las multinacionales editoriales impresas ahora nuevamente en China.

Alejandro Dujovne es mucho más crítico que nuestra Directora: “Creo que hay dos medidas particulares que el Gobierno ha tomado y ha dejado de tomar. Una es la apertura de importaciones, que para mí es un problema: podría haberse hecho de una forma más ponderada, pero fue irrestricta. En efecto, hubo una invasión de saldos españoles, libros a muy bajo precio, que sacan lugar a las editoriales locales”.

¿A quién beneficia la apertura de importaciones? La respuesta es sencilla: a las grandes multinacionales editoriales. Multinacionales de cuyos intereses el actual Ministro de Cultura de Cambiemos, Pablo Avelluto, ha sido siempre gestor directo, como ex gerente de esas mismas empresas en el pasado (especializado en despidos masivos de personal) y como funcionario público ahora.

Por un lado, son las propias multinacionales editoriales las que descargan sus saldos no vendidos en otros países de habla hispana en el mercado argentino, tratando de mejorar sus resultados globales, y equilibrar en muchos casos sus cuentas en rojo en el marco de la recesión internacional.

Por otro, es una política que las beneficia directamente porque “limpia” el mercado de la competencia directa de pequeñas y medianas editoriales que no pueden competir con este desembarco masivo de libros baratos. Mientras menos oferta de títulos haya en el mercado, más lectores se redirigen a la mediocre oferta de best sellers de las multinacionales editoriales. Fue exactamente lo que hicieron estos mismos grandes grupos sin ambigüedad y con total alevosía en los años noventa, sin que el Estado interviniese de ninguna manera para proteger a la pequeña y mediana empresa editorial (recordemos a título de ejemplo la compra de la editorial Minotauro, destinada solamente a retirar sus libros del mercado, ya que competían con los de las multinacionales editoriales).

Finalmente, esta apertura de importaciones, gracias a la derogación por Cambiemos de la denominada “ley de tintas” (que incorporaba exigencias de certificación de no uso de plomo en la fabricación de tintas, y que impedía el ingreso de impresos extranjeros sin esos estándares, muy puntualmente de los baratísimos impresos chinos), permite que las multinacionales editoriales vuelvan a imprimir todas sus grandes tiradas en China, abaratando muchísimo sus costos de producción, y virtualmente destruyendo a la industria gráfica de impresión argentina (que había crecido un 30% en la década anterior en gran medida gracias a la protección de la antes mencionada ley).

Agrega Piccolini: “(…) no tiene ningún sentido pensar en los grandes grupos como monstruos a los que hay que combatir. Los grandes grupos amplían el trabajo gráfico local, generan empleo genuino y privado, y, como siempre buscan los títulos y autores de tiradas masivas, dejan un espacio muy importante para el surgimiento y desarrollo de otros sellos editoriales. ”

En la selección de palabras que la profesora tiene para aportar hay un optimismo casi inocente que no es tal.

No sólo es completamente falso que los grandes grupos editoriales dejen espacios para otros sellos editoriales, sino que por el contrario, como mencionábamos antes, lo que demuestra la historia reciente de los años 90 es que, si el Estado no lo impide, los grandes grupos editoriales destruyen comercialmente sin ningún tipo de miramiento a las editoriales pequeñas y medianas, para eliminar la competencia en la compra de sus productos.

Tampoco es cierto que las multinacionales editoriales sean grandes empleadores, sino que también por el contrario, los grandes empleadores del sector son la pequeña y mediana empresa editorial (como en todos los grupos industriales).

La verdad es que existen dos posiciones corporativas en pugna en la industria editorial. Una es la representada por la Cámara Argentina del Libro (CAL), que representa a la pequeña y mediana empresa editorial, hoy en pie de guerra con las políticas de Pablo Avelluto, al frente del Ministerio de Cultura de Macri. La CAL no deja de señalar la baja en la venta de ejemplares, que mermó en 20 millones de unidades, la falta de compras estatales y la apertura a importación de saldos por debajo del precio de producción (es decir el estímulo a la importación a precio de dumping en perjuicio de la industria local); importaciones que el último año pasaron de 40 millones de dólares a más de 78 millones y con una tendencia al alza. Por otro lado encontramos a la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP), que reúne a las grandes multinacionales editoriales y a las que, según la directora Piccolini no hay que ver a como monstruos… claro… ni combatirlas.

Lo que sí es cierto, es que sin ninguna protección por parte de políticas de Estado, y sin siquiera subsidios a la compra de libros o al desarrollo de proyectos editoriales pequeños y medianos, como sucedió en la última década, el riquísimo desarrollo que se había plaamado hasta hoy en una miríada de excelentes proyectos de pymes editoriales (La Caja Negra, La Bestia Equilátera, Interzona, etc.) está destinado a la extinción, a manos de la apertura de importaciones y de las políticas editoriales (del sector privado y del sector público) en beneficio de las grandes multinacionales editoriales.

Dice Dujovne respecto a la políticas de Estado de Cambiemos: “El otro punto, que afecta directamente a las pequeñas y medianas editoriales, es la baja de compras por parte del Ministerio de Educación. Conabip sigue haciéndolo muy bien, pero el Ministerio no compra.”

La devastación del sector editorial producto de las políticas de Cambiemos está en pleno desarrollo, tal como lo demuestra el recientemente publicado informe de la Cámara Argentina del Libro (CAL), que registra una caída de entre 15% y 20% del nivel de actividad del sector.

La inauguración de la 43 a Feria internacional del Libro de Buenos Aires se destacó por los reclamos sectoriales y la fuerte polémica que suscitaron los dichos de las autoridades de la Fundación el Libro y la Cámara Argentina del Libro contra las políticas del gobierno de la alianza UCR-Pro Cambiemos, en presencia del propio Ministro de Cultura Pablo Avelluto

La Industria, luego de batir records de producción local durante la década pasada, comenzó una etapa de caída libre de manos de las políticas de Estado de Cambiemos. Al margen de las políticas económicas que afectan a todos los sectores de la industria, las industrias culturales siempre han sido sensibles a las políticas que cada gobierno diseña a efectos de darles sostenibilidad.

Las industrias culturales son estratégicas porque son parte de la maquinaria que garantiza el acceso al conocimiento, la visibilización de la producción artística y de las problemáticas políticas y sociales, entendidas de manera amplia. Se puede decir que la agenda de los sectores académicos, intelectuales y productivos de un país se ve reflejada en los productos de la industria cultural.

Finalmente, desde la mirada de la propia Carrera, lo más llamativo de la entrevista, es lo que no se dice, ya que ciertos silencios que resuenan más que cañonazos. La total ausencia cualquier tipo de mención a la brutal crisis presupuestaria de la Carrera de Edición en un medio de comunicación de alcance nacional como el diario La Nación, es realmente increíble. Como si el 60% de la planta docente ad honorem no fuese algo crucial y fundamental a mencionar para visibilizar el problema, a meses de la declaración de dicha emergencia por el Consejo Directivo de la Facultad.

La ausencia de cualquier tipo de comentario sobre el estado de la Carrera cuando se habla del estado actual del mundo editorial, dice mucho también. Es un silencio destinado a proteger a los principales responsables de esa crisis presupuestaria, que no son otros que los integrantes de Cambiemos en el gobierno de la UBA, una vez más, el propio espacio político de la Directora Piccolini.

La nota completa en la que se entrevista a la Directora Piccolini y a Alejandro Dujovne puede leerse en: http://www.lanacion.com.ar/2036086-claroscuros-en-la-industria-editorial-argentina-patricia-piccolini-y-alejandro-dujovne