Una vida entre letras: las grandes editoras españolas

A ‘La verdad sobre el caso de Harry Quebert‘, de Joël Dicker, le debo la emoción de recuperar lo más fascinante de este oficio. El descubrimiento de un joven suizo desconocido con una novelatorrencial, de casi 700 páginas, imperfecta pero tan poderosa que logra atraer al crítico Bernard Pivot, a una amiga que no lee y a la Academia Francesa. Un editor octogenario del que este joven se fía ciegamente, sin agentes de por medio. La ilusión de todo el equipo editorial, que contagió a los libreros, y estos a los lectores, haciendo que el fenómeno de ventas en España fuera el mayor del mundo, después de Francia». Imposible permanecer indiferente ante la pasión de María Fasce, escritora y directora editorial de Alfaguara, que ve en su oficio arte, negocio y desafío sin entrar en contradicciones. El mismo entusiasmo que transmite Ana Liarás, directora editorial de Grijalbo, cuando cuenta cómo se encontró con otro bombazo editorial: ‘50 sombras de Grey‘. «Seis años después de la publicación de La catedral del mar, la satisfacción pasó por haber tenido el olfato para detectar una nueva fusión de géneros -el romántico y el erótico- y contratarlo antes de que se publicara en Estados Unidos. Eso sí, cuando era editora en Argentina se me escapó ‘El diario de Bridget Jones‘, no le vi el filón», relata entre risas esta mujer, que aunque no es madre admira a las editoras que lo son: «Este trabajo es cualitativamente muy rentable en la paz del hogar, lejos de la burocracia y las reuniones. Trabajamos mucho el fin de semana y admiro a las que tienen hijos». Todo lo suscribe una de las grandes del ensayo, Carmen Esteban, directora editorial de Crítica desde 2003: «Me apasiona mi trabajo, pero pronto comprendí que no era el oficio romántico que había imaginado. No estoy todo el día en mi despacho leyendo originales, se trabaja estrechamente con márketing, promoción, comercial, lo que dificulta el teletrabajo. A eso se añade que en España seguimos confundiendo presencia con eficacia».

Las opiniones de Fasce, Liarás y Esteban cuentan, y mucho. Ellas son tres de las mejores editoras de España, un mercado capitaneado por mujeres en el que no es especialmente fácil la conciliación, como apuntaba la editora de Grijalbo. YO DONA selecciona 10 de las más destacadas para dibujar con ellas el panorama editorial. Algunas estadísticas que ven la luz cada vez que se organiza una feria del libro (por cierto, este 29 de mayo arranca la 74 edición de la de Madrid, hasta el 14 de junio) parece que reflejan los mismos datos cada año: tenemos uno de los índices más bajos de lectura de Europa y a la vez somos los productores más fecundos y los que traducimos a más autores extranjeros, por no hablar del cierre en masa de las librerías y de la eterna tragedia 2.0, cuando el libro digital mató al marcapáginas.

Antes de entrar en el debate de por qué hay tantísimas mujeres en este sector, y si es o no el ojo femenino el que mejor sabe reconocer a un autor de éxito porque lo olfatea de manera innata, cerramos una comida (en Barcelona) con otra de las editoras más respetadas: Elena Ramírez, que dirige el sello Seix Barral desde 2007. Suya es la frase «el editor es un ludópata que siempre busca el número ganador», y también los ‘bingos’ de Sam Savage, J.D. Salinger y Jesús Carrasco, convertido ahora en un ‘best seller’ en China. Con 20 años de experiencia, huye de catastrofismos. «No se acorta la vida de un libro porque un editor publique mucho. Simplemente se ha transformado el patrón de compra. Antes el más vendido alcanzaba el millón y medio de ejemplares, ahora rozas el éxito si superas los 250.000. Ya no se trabaja con los lectores, se les busca. La crisis polarizó las ventas, se detectó que la gente no acudía tanto a las librerías. Se trata de ser competitivos con otras formas de ocio. Gracias a internet podemos trabajar por edades las comunidades virtuales de lectores. La edición sigue siendo algo muy artesanal, pero ahora somos más estrategas», dice esta editora, que ve en Amazon «más que una amenaza, una oportunidad de reformular el negocio».

«Internet no es un enemigo», afirma. Lo que nos mata es que el 80% del consumo digital sea pirata. ¿Mis soluciones? Penalizar al usuario, al que se anuncia y a los sitios web donde se alojan. Debe haber ya una Ley de Protección. La picaresca no puede ser la excusa para que esto siga existiendo». Sus opiniones coinciden con las de Sigrid Kraus, directora editorial de Salamandra. La cita con ella tuvo lugar semanas después, ya que esta alemana criada en Brasil, a la que no le importa confesar que se le escapó de las manos el sueco Stieg Larsson -pero no la saga de Harry Potter, de J. K. Rowling- estaba de viaje en Colombia, un mercado en expansión. «La piratería es una vergüenza nacional y tiene que combatirse. Es el atraco sistemático a la propiedad intelectual y está haciendo inviables las empresas editoriales. No me den más cifras de cierres, sí soluciones», sentencia. Fasce, que admira a Sigrid por su olfato editorial y su discreción, va más allá: «Las ventas digitales de Estados Unidos ya suponen un 30% de las ganancias de una editorial. Aquí todos leen en el metro con su dispositivo, pero las cifras no alcanzan el 4%, lo que significa que casi todos esos libros son piratas. Habrá que reeducar al que se habituó a leer sin pagar».

Liarás, de Grijalbo, ofrece las cifras exactas: «En 2014 ha habido 335 millones de descargas ilegales, según datos oficiales. Un 43% de ellas se han efectuado en libros con un año de antigüedad. Esto podría paliarse con legislación y educando a nuestros hijos en que piratear es defraudar. La primera gran escuela de vida es la familia. Un país donde el 50% reconoce haber leído solo un libro al año tiene mucho que trabajar. Hay que atraer al público a las librerías con la complicidad del editor como agitador cultural», dice esta enamorada del mercado francés. La italiana Silvia Querini, directora literaria de Lumen, precisa: «Lo peor es que no existe en España una cultura de la lectura en dispositivos electrónicos. Solo una de la acumulación digital. Estuve hace poco en Finlandia y allí la televisión emite en ‘prime time’ programas de incentivación a la lectura. Y la gente lee en todas partes», relata la editora de Umberto Eco. Ella es el interlocutor ideal para hablar de la sobrepublicación de títulos del mercado español. «Podría lanzar solo 10, en vez de los 40 títulos que estoy editando en Lumen. Pero eso significaría que mis posibilidades de que uno de estos 10 libros se convirtiera en un ‘long seller’ [libro que continúa vendiéndose a lo largo del tiempo], que es el verdadero sueño de un editor y no un ‘best seller’, se reducen. ‘El nombre de la rosa’ sigue aportando beneficios a Lumen, y ya se han cumplido 30 años de su publicación».

Con Ofelia Grande, directora editorial de Siruela, hemos quedado en la imprenta de la Fundación Pardo-Valcárce, en Madrid, la otra capital editorial junto con Barcelona. A la sesión de fotos se une Ymelda Navajo, directora de La Esfera de los Libros, que queda conquistada por el olor a viejo y la estética industrial de la máquina de impresión Heidelberg donde posarán para la foto. De nuevo, dos excelentes editoras. «No somos tantas ejerciendo las más altas responsabilidades. La gestión la llevan ellos. Afortunadamente las cosas van cambiando. Por eso admiro tanto a quienes nos abrieron camino: Amparo Soler, Beatriz Moura, Esther Tusquet, Flora Morata… Eso sí, conciliar no se concilia. Todas soñamos con días de 48 horas». La frase es de Grande, una mujer que procura no editar todo lo que le gusta, pero sí que le guste todo lo que edita, que nacería otra vez para publicar ‘A sangre fría’, de Truman Capote, y que se confiesa admiradora del mercado alemán: «A pesar de la crisis han construido una excelente red de bibliotecas, sus modelos de librerías resultan novedosos, entienden lo que significa la propiedad intelectual, tienen a los medios de comunicación como aliados permanentes y sus ferias son modélicas». Y que aboga por «despenalizar impositivamente el libro electrónico y llevar la lectura no solo a la escuela, también a contextos de inclusión social, al ámbito hospitalario, a los centros de día o a las terapias neurodegenerativas».

Igualmente admiradora del mercado germano y del francés, Ymelda Navajo es una de las decanas de este oficio. Dio el sí quiero a los libros con Alianza Editorial en 1975 y está particularmente orgullosa de todos sus títulos de periodismo de investigación. Sigue pensando que la asignatura pendiente de nuestro mercado son «las memorias de los políticos, pero no para justificar su trayectoria sino para contar los hechos históricos que vivieron». Una mujer que no cree en «un estilo femenino de hacer las cosas, pero sí en nuestra capacidad para estar en un segundo plano frente a los autores, la dedicación 24 horas y la receptividad a las tendencias. No somos mejores ‘bookhunters’, pero sí tenemos más empatía». Imelda opina que se ha llegado a un momento de ‘tormenta perfecta’ en los últimos cinco años, y destaca «la alta concentración del mercado en dos grandes grupos (Planeta y Random House)» como problema junto con la superproducción de libros, que produce una aceleración de las novedades. «En este panorama las editoriales pequeñas juegan un papel primordial para la salud del libro: son más valientes y creativas con sus apuestas. Muchas veces llegan a formar parte del I+D de los grandes grupos, con graves consecuencias para los pequeños». Ofelia puntualiza: «Hemos de ser cautos a la hora de adjudicar la calidad en función del tamaño. El sector editorial necesita de ambas magnitudes».

No podrían faltar las independientes. Aquí, dos levantinas: Mònica Carulla, de Coco Books, y Diana Zaforteza, de Ediciones Alfabia. Para la primera montar una editorial infantil fue la manera de conciliar vida laboral y maternidad (tiene dos hijos). A ella se le deben ‘best sellers’ como ‘Garabatos’. «Me decían que estaba loca por querer editar un libro japonés de 300 páginas en blanco y negro para niños. Fue número uno en 2006. Mi trabajo es más artesanal que negocio. Busco una edición impecable. Esto convive perfectamente con internet. Hay muchas formas de interconectar libros y blogs». Admiradora de las librerías familiares de Madrid y del mercado finés, esta catalana cree que los editores pequeños asumen más riesgos. «Me tiro a la piscina cada dos por tres para diferenciarme de los demás».

Diana Zaforteza está habituada a remangarse. «En una editorial como la mía hacemos de todo. Es casi imposible conciliar». Lleva en la profesión una década y despegó con los diarios de Andy Warhol (‘POPism’) y, después, con David Bann (‘Sukkwan Island’). «Fue un ‘boom’ y tuvimos que sacar siete ediciones del libro». Lo inédito atrae como un imán a Zaforteza, experta en recuperar joyas escondidas. Ambas editoras van saliendo adelante, pero esta última cree que se publican «demasiados libros en España, y eso hace que aguanten poco tiempo en las librerías. Deberíamos ponernos de acuerdo entre todos, grandes y pequeños, para ayudarnos con este problema que nos come», incide.

Abogan por apoyar al librero, a la librería de barrio, y fomentar los ‘clubs’ de lectura. Y ninguna cree que el editor tradicional haya muerto. Carmen Esteban es tajante: «Vivirá y sobrevivirá, es él quien selecciona. Además, permítame la dureza, no todo debe ser editado». Internet no va a quitarles el puesto. Es más, Sigrid Kraus opina que muchos de los valores de la edición tradicional «son muy importantes para salir de la crisis. Publicar bien, seleccionar más, editar con mimo, cuidar todos los aspectos de libro. Nuestro futuro pasa por aprovechar lo bueno que nos ofrece la tecnología». Fasce lo aclara: «Ni siquiera el libro digital ha modificado el modo de escribir ni de leer. Han fracasado estrepitosamente ciertos tipos de volúmenes que supuestamente se leerían con dispositivos electrónicos -hablo de literatura, no de ejemplares de cocina-. Lo que ha cambiado es la forma de viralizar los libros. El lector sigue sin querer ser interrumpido y pide una historia que lo absorba».

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