Leonora Djament: ganadora del premio al editor el año

Leonora-Djament-editora-Cultura-Santiago-Pandolfi-6

Distinguida por la Fundación El Libro, la directora del sello independiente Eterna Cadencia señala que “pase lo que pase en el futuro, el rol de las editoriales, el rol de los editores, va a seguir existiendo, o al menos es lo que deseo”.

“Armar un catálogo es pensar un modo concreto de participar de las discusiones de la sociedad en la que uno vive”, subraya Leonora Djament, directora editorial de Eterna Cadencia, ganadora del Premio al Editor del año por su compromiso con el mundo de los libros, distinción que entrega la Fundación El Libro. “No creo que el catálogo sea la obra de un editor o los gustos de un editor, como se dice a veces. Me parecen definiciones un poco narcisistas. Prefiero creer que uno puede intervenir en términos político-culturales volviendo visible, haciendo posible, la circulación de diferentes discursos”, plantea Djament a Página/12. La editora del año está por cumplir veinte años de trayectoria en el sector editorial. En 1996 empezó a trabajar en el área de prensa de Alfaguara, donde luego fue editora. Después se fogueó en el grupo Norma, entre 1999 y 2007. Desde hace ocho años está construyendo un catálogo de largo aliento en Eterna Cadencia, con más de 130 títulos publicados, en el que conviven “viejos” y “nuevos” nombres del ensayo y la narrativa, como Jacques Rancière, Oscar Masotta, Josefina Ludmer, Margo Glantz, Mario Bellatin, Miguel Vitagliano, Juan Martini, Lina Meruane, Hernán Ronsino, Mario Ortiz, Luis Sagasti, Matías Capelli, Vera Giaconi y Gabriela Cabezón Cámara, entre otros.

La editora del año cuenta que este premio es “un espaldarazo a Eterna Cadencia como propuesta de edición independiente”. La autora de La vacilación afortunada. H. A. Murena: un intelectual subversivo (Colihue, 2007) entiende que el catálogo de una editorial es un modo de intervenir en los debates contemporáneos. “El catálogo de Eterna Cadencia piensa problemas del presente y ‘organiza conversaciones’, una metáfora que me gusta mucho citar, que es del mexicano Gabriel Zaid. En nuestro catálogo hay varias discusiones simultáneas. Cada libro nuevo participa de esas conversaciones o inaugura una conversación nueva y pone a debatir, a pensar, a circular ideas. Esto sucede tanto con los libros nuevos como con las reediciones que hacemos, porque cuando pensamos una reedición o la edición de un libro de hace varias décadas que no había sido traducido al castellano es porque sentimos que aporta al presente.”

Una de las conversaciones que le interesa especialmente a Djament gira en torno del estatuto del arte y la literatura. “Para mí discuten Josefina Ludmer y su teoría de la posautonomía en Aquí América Latina, que cree que se acabó la autonomía de la literatura, que lo que hay ahora es otra cosa, que la literatura se confunde con la realidad, y nuestra reedición de Origen de la dialéctica negativa, de Susan Buck-Morss, que es un libro sobre la Escuela de Frankfurt, sobre (Theodor) Adorno puntualmente, pero hay una relectura sobre la autonomía literaria y sobre el valor político que tiene la autonomía literaria. Y yo agrego el valor político que todavía tiene la autonomía literaria –explica la editora–. Estos dos libros conversan junto con La palabra muda de Jacques Rancière, que también desde otro lugar está discutiendo la oposición autonomíaposautonomía, planteando otra manera de pensar la relación entre literatura y política.”

–¿Cómo empezó a trabajar en una editorial?

–Yo estaba por terminar la carrera de Letras y hablé con Aníbal Jarkowski, que había sido mi profesor, y le pregunté: ¿qué hago ahora? Me contactó con algunos periodistas culturales como para empezar a escribir reseñas. Una de esas personas es Silvia Hopenhayn, que en ese entonces dirigía El Cronista Cultural. Después de escribir alguna reseña, que creo que nunca salió publicada, me propuso ser productora de su programa El Fantasma. Acepté. Nos dividimos las editoriales para buscar auspiciantes y a Silvia le tocó ir a Alfaguara. Juan Martini, que era el director editorial, además de darle el auspicio, le dijo que necesitaba una persona de prensa y que prefería que fuera de la carrera de Letras. Silvia le dijo: “Mi productora es la persona que estás buscando”. Y así empecé, primero un poco aterrada, a comienzos de 1996. No sabía muy bien lo que era una editorial, no sabía lo que era hacer prensa. Pero me animé. Y acá estoy.

–El mundo editorial se fue concentrando cada vez más en estos años. Alfaguara, la editorial en la que dio sus primeros pasos, ahora pertenece al grupo Penguin Random House. ¿Habrá más cambios en el corto y largo plazo?

–Cuando empecé, mandábamos faxes a las agencias para hacer una oferta por un libro. Tremendo, ¿no? (risas). A largo plazo el mercado editorial va a seguir cambiando, pero creo que en el corto plazo no, porque hay una especificidad que no sé si es del libro o de los que leemos libros que cambia más lento. El formato digital y el formato papel conviven y se enriquecen mutuamente. Pase lo que pase en el futuro, el rol de las editoriales, el rol de los editores, va a seguir existiendo, o al menos es lo que deseo. Esta función del editor como alguien que organiza conversaciones es necesaria y no da lo mismo que esté o que no esté. En el mar de publicaciones infinitas cualquiera se pierde. Y está bien que las discusiones se organicen. Aunque el lector corriente no conozca el nombre de las editoriales, cuántas veces yo, antes de entrar a este mundo, dije: “Quiero leer un libro amarillo” y estaba hablando de las novelas de Anagrama, sabía que tenía garantizado un mínimo de calidad.

–¿Cuál fue el primer libro que editó? ¿Le costó hacer ese trabajo?

–Si una mañana de verano un niño, de Roberto Cotroneo, en Alfaguara. Supongo que no me costó por inconsciencia (risas). Entonces todavía no existía la carrera de edición; editar era un oficio y uno aprendía de sus compañeros diseñadores y editores con más experiencia, que te explicaban lo que era una película o cómo revisar las correcciones. Empecé trabajando bajo otros criterios, en el sentido de no propios, no elegidos, y fui desarrollando la posibilidad de armar un catálogo con criterio propio. Lo que aprendí en Norma es que si uno no maneja los números y las letras, los números quedan en manos de los gerentes financieros, que terminan haciendo lo que quieren.

Fuente