18 Jul “La escuela tomó la lectura como bandera"
Además de ser una de las más destacadas plumas del género, Méndez mantuvo charlas con otros escritores a través del programa Bibliotecas para Armar, que ahora se compilan en 20 conversaciones con autores de la literatura infantil y juvenil de la Argentina.
Un escritor que convoca a colegas a charlar abiertamente, sacando de esos encuentros tela para cortar: un blog y un libro que termina siendo material de consulta. Un puente entre la mirada y el saber propios, los de sus colegas y los de un público ávido por un tema del cual no hay mucha divulgación, aunque sí mucha producción. Algo de eso es Mario Méndez, una de las más destacadas plumas que tiene la literatura infantil y juvenil argentina, creador de obras profundamente poéticas como Prohibido ordenar (Pequeño Editor), divertidas aventuras como la de El genio de la cartuchera (Alfaguara), tiernas noticias como las Noticias del amor (Edelvives), entre tantas. Méndez estudió además cine y es autor de varios guiones, y desde ese doble saber trabaja en el programa Bibliotecas para Armar, que lleva adelante desde hace once años junto a Mateo Niro, en la órbita del Ministerio de Cultura de la ciudad. Con diferentes sedes a lo largo de los años, el programa ha propiciado encuentros sobre cine y literatura por un lado, y por el otro, con escritores e ilustradores reconocidos. Además de haber sido publicadas en Libro de arena, el blog del programa (bibliotecasparaarmar.blogspot.com.ar), algunas de esos encuentros fueron reunidos ahora en Entrelíneas, un libro que descubre disfrutables y valiosas 20 conversaciones con autores de la literatura infantil y juvenil de la Argentina.
Jorge Accame, Adela Basch, Paula Bombara, Liliana Cinetto, Pablo De Santis, Andrea Ferrari, Eduardo Abel Giménez, Didi Grau, Ricardo Mariño, Silvia Schujer, Graciela Repún y Franco Vaccarini son algunos de estos veinte autores con los cuales Méndez teje conversaciones que confluyen en una gran charla alrededor de la literatura y sus circunstancias, bien regada por el humor, los comentarios espontáneos (la edición guarda acertadamente el registro de la oralidad) y el conocimiento profundo de los temas que se tocan. Tras estas conversaciones, que fueron publicadas por los sellos independientes Amauta y Cabiria, Méndez imagina imprimir las que siguieron: este año, por ejemplo, con la ilustradora y autora Isol y con el escritor y director de la Feria del Libro de Buenos Aires Oche Califa. La última de esta primera mitad del año, de entrada libre y gratuita, será hoy a las 18, en la biblioteca La Nube (Jorge Newbery 3537), a Inés Garland, autora de novelas como El jefe de la manada y Piedra, papel o tijera y ganadora del prestigioso premio para la literatura juvenil en Alemania Deutscher Jugendliteraturpreis.
–Así reunidas y repasándolas para editar el libro, ¿qué encontró de valioso en las conversaciones?
–Uno de los temas que más se repite es la reflexión sobre los límites difusos entre la literatura infantil y la juvenil, y sobre todo entre la juvenil y la de adultos. Incluso hay autores que niegan la existencia de la literatura juvenil, más que como un fenómeno editorial, sin una identidad propia. Según esta visión, es una obra que la editorial decide poner en una colección juvenil, y es este su único rasgo distintivo.
–¿Y usted qué opina?
–Creo que es de difícil clasificación, por algo hay tanto debate. Hay libros de los que los jóvenes se apropian y que no fueron pensados para ellos; pasa con clásicos, Stevenson o Verne. Tiene que ver con el cambio de paradigma cultural, pero también con la influencia de las editoriales. El caso más clásico es El guardián en el centeno (o El cazador oculto). Salinger lo escribió para adultos; sin embargo, hoy es una literatura de iniciación. Después pasa al revés: uno de los fenómenos de la literatura juvenil es Los vecinos mueren en las novelas, de Sergio Aguirre. Vende como rosquillas entre los jóvenes y, sin embargo, no tiene ninguna de las condiciones que podrían presuponerse para clasificarla como novela juvenil. Es un policial que transcurre en la campiña inglesa, podría haberlo escrito Patricia Highsmith tranquilamente. No hay protagonistas jóvenes, no hay iniciación. Hay otros como El hombre de los pies-murciélago, de Sandra Siemens, que habla sobre un tema muy juvenil, el del bullying, es brillante, y no sé si vende mucho. En esto hay misterios inabordables. Por suerte.
–¿Cómo se perciben los escritores de literatura infantil con respecto a los de la “literatura con mayúsculas”?
–Todos hemos padecido el cartelito que te presenta como si fueras de otro lugar, como si no fuésemos escritores. No estamos en las facultades, no aparecemos en los suplementos culturales con la misma frecuencia…
–Lo que contrasta con el dinamismo que tiene el sector…
–Hay muchísimos escritores, muchísimas editoriales –grandes, medianas, pequeñas y pequeñísimas–, hay mucho empuje de las compras institucionales, las compras de la Conabip, del Plan Nacional de Lectura, de Cultura, del proyecto Leer Para Crecer en la ciudad. Y después está la escuela, que ha tomado la bandera de la lectura. Eso moviliza y mucho.
–Ese es otro tema que aparece mucho en el libro: el rol de la escuela.
–Así es: otra reflexión permanente es el tema de la escolarización o no de la literatura. Cuánto influye, en nosotros como autores y en las editoriales, que el principal canal de difusión de nuestra literatura sea la escuela, que el libro tenga que ser aprobado por la maestra, el bibliotecario o el director. Muchas veces, la escuela influye de manera muy directa: la editorial te dice “este libro no lo puedo editar porque la escuela lo va a rechazar”. Porque el tema es medio tabú o porque tiene malas palabras. Si ven que le va a traer problemas a la maestra, ni lo intentan. Es algo que tratamos de desentrañar con los autores en estas charlas.
–¿Y al revés, cuando se busca de antemano algo que se piensa que va a encajar en la escuela?
–¡Sale como por un tubo! (risas). En mi caso, sinceramente no está pensado por eso, pero El genio de la cartuchera, un cuento sobre un genio que concede deseos solamente escolares, porque vive en cartuchera, encantó a las maestras y a los pibes. Y hay otros que, no sé por qué, no sobrevivieron. El aprendiz, por ejemplo (que transcurre en las Invasiones Inglesas) anduvo muy bien pero hoy se vende poquito. Salió dentro de una colección específica para el bicentenario que armó Alfaguara. Dentro de esa colección, El secreto del tanque de agua, de María Inés Falconi, tiene una segunda parte y se siguen vendiendo la primera y la segunda. Diario de un viaje imposible, que hicieron Lucía Laragione y Ana María Shua, también ha sobrevivido al boom 2010. El mío no, se editaron como cuatro ediciones en el año, pero ahora camina lento.
–Hay relatos muy divertidos en el libro, como el escritor que va a la feria a firmar y no firma ningún libro. ¿Le ha pasado?
–¡Es típico! (risas). Ya nos cargamos entre nosotros: “Vamos a no firmar en tal stand a tal hora”. O “¿pasaste a ver dónde está el baño?”, porque lo primero que te preguntan es dónde está el baño. Hay una que es genial, creo que le pasó a Martín Blasco: una señora que se queda mirando la mesita con los libros que está frente al escritor, toma uno y le pregunta: “¿Cuánto cuesta éste?” Como generalmente no sabemos, le decimos: “Los precios de los libros los saben los vendedores”. Y medio que ya te agrandás ahí, al fin y al cabo están preguntando por tu libro… Pero la señora le dice: “No, no, el libro no… El cosito éste donde se apoya el libro: ando buscando justo eso para un cumpleaños”. ¡Esa es muy buena!
–Esa es una particularidad de quienes escriben para chicos: el contacto más directo que tienen con sus lectores.
–Nosotros tenemos un permanente contacto con un público sincero. Pibe al que no le gusta, te lo hace saber enseguida. Y en general hay esta cosa de euforia, me divertí, quiero terminar el libro. Eso está buenísimo.
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