03 Sep Estimado, su libro es un asco (y otras formas elegantes de decir no)
Por Maximiliano Tomas para La Nación
La mitad de mi biblioteca está armada con libros comprados en parques, librerías de viejo y de saldo. Y no estoy seguro de que no sea la mejor mitad. Ningún bibliómano se recupera jamás de la adicción de revisar viejos ejemplares, mancharse los dedos y llenarse de polvo y ácaros a la espera de la súbita aparición de un libro deseado desde siempre o, sencillamente, de uno inesperado (dicho sea de paso: yo que usted dejo de leer esta nota ahora mismo y salgo corriendo a comprar uno de los mejores libros de cuentos publicados en los últimos años, La hora de los monos, de Federico Falco, en oferta a cuarenta pesos).
Veo que sigue por acá, hélas: entonces debería contarle que el otro día estaba en una de estas librerías de saldo y encontré un libro que venía con un título difícil de resistir: El arte de rechazar una novela. La solapa dice que el autor, un tal Camillien Roy, nació en 1963 en Canadá y escribió dos novelas. El libro fue publicado en la colección Bruguera de narrativa en 2008, pero no es una novela sino una colección de cartas ficticias en las que una serie de supuestos editores rechazan, de todas las maneras posibles, las novelas de otros tantos escritores imaginarios. El libro comienza siendo divertido (tenemos la negativa escrita por un editor altivo, por otro pesimista, anarquista, modesto, honesto, agresivo, jovial, minimalista… y así) pero el chiste se agota a las veinte o treinta páginas, un poco por la impericia de Roy (los rechazos tienden a perder gracia y confundirse entre sí) y otro poco por el fastidio que nos causa el hecho de que en ningún lugar se mencione que la idea es una variante levemente disfrazada de los muy conocidos Ejercicios de estilo de Raymond Queneau.
Por lo demás, si de rechazar manuscritos con elegancia y no poca malicia se trata, existen por lo menos dos libros maravillosos que tienen la ventaja de emitir juicios verdaderos sobre obras verdaderas: las Noticias de librosdel poeta catalán Gabriel Ferrater (1922-1972) y los Informes de lectura del escritor italiano Roberto Bazlen (1902-1965). Los lectores de a pie probablemente no lo sepan, pero hubo un tiempo en que las editoriales se tomaban muy en serio cada título que editaban, y como recibían más originales de los que podían leer (o porque a veces necesitaban una segunda opinión de un lector calificado), referían ese excedente a escritores y críticos que elaboraban lo que se llama informes de lectura. Esos informes, que tenían la responsabilidad de recomendar o desalentar la publicación de un libro, se transformaban en verdaderas piezas magistrales de crítica literaria cuando dependían de hombres del talento y la cultura de Ferrater o Bazlen. El esquema de los textos es muy similar: tanto Bazlen como Ferrater suelen comenzar con una opinión contundente, para seguir con una descripción detallada del libro (sea novela, ensayo o cuentos), su objeto y su propósito. Más adelante llega la evaluación sobre su interés para el lector de un país o un mercado determinado. Y finalmente la recomendación personal sobre si publicar el libro o no.
Entre los 225 informes conservados de Ferrater para la editorial española Seix Barral y la alemana Verlag, hay piezas imperdibles. Unos pocos ejemplos. Sobre Visiones de Gerard, de Jack Kerouac, dice: «El único uso que se me ocurre para semejante cosa es alguna burla: por ejemplo, venderlo a los colegios de monjas para un premio literario. Pero no parece que valga la pena». Sobre un tal Randal Lemoine: «Es un libro tan imbécil que ni siquiera soy capaz de escribir un informe como es debido sobre él. Si un traductor tiene que sudar, démosle Finnegans Wake antes que esto». Sobre Carla, de Francis López: «Esto es pornografía, pura pornografía inocente. Sobre si es buena o mala yo me abstengo. Habría que preguntárselo a un muchachito de catorce años». Sobre Gestos, de Severo Sarduy: «El típico libro inmaduro de un principiante digno de estímulo. Ciertamente no es un buen libro, pero ciertamente tampoco es estúpido -y sí muy agradable, en el sentido en que uno dice que una persona es agradable». Ferrater también habla bien de algunos autores, como de una temprana Susan Sontag. Pero lo que resulta más admirable de sus textos es la capacidad de leer e imaginar en varias lenguas, y de pensar cada libro en su contexto de publicación, teniendo en cuenta tanto a la censura española de la época como la potencialidad comercial de cada título.
Si Noticias de libros no llegó nunca a las librerías argentinas, el libro de Bazlen fue traducido y publicado aquí hace apenas dos años, así que debería encontrarse con cierta facilidad. A Bazlen le tocó juzgar para los lectores italianos obras como las de Robert Musil, Witold Gombrowicz o Maurice Blanchot. Y lo hizo con erudición y elegancia. Por ejemplo, sobre El hombre sin atributos escribe una larga y detallada carta en la que se afirman cosas así: «En cuanto al nivel, es indiscutible y (a pesar de los reparos que haré más adelante y a otros, innumerables, que podrían hacérsele) merece publicarse con los ojos cerrados. Es muy discutible, en cambio, desde el punto de vista editorial-comercial. Aquí debo hacer de abogado del diablo. Y como abogado del diablo, tengo cuatro argumentos. La novela es: demasiado larga; demasiado fragmentaria; demasiado lenta (o aburrida, o difícil, o como quieras llamarla); y demasiado austríaca».
Al francés Robbe-Grillet lo liquida en un par de párrafos: «Lo que me impresiona es el hecho de que un hombre, sin duda bastante joven, verdaderamente sensible e intuitivo, dotado de ojos verdaderamente abiertos, pueda pasar uno o dos años de su vida dedicado al único fin de crear una ‘máquina’ que ponga al lector en condiciones de revivir algunos días de un vendedor ambulante y pequeño criminal que rumia una coartada. Robbe-Grillet es uno de los tantos que preparan la Tercera Guerra Mundial; y de una cultura reducida a semejante estado no queda sino emigrar». Con Gombrowicz cede a un deslumbramiento: «Dos palabras sobre Ferdydurke, a toda velocidad. Ya sabes de qué trata, no tengo que contarte la historia, solo quieres mi opinión. ¡¡¡Diría que sí, absolutamente!!! Me divertí como loco; es uno de los aliados más honestos que podemos tener en la verdadera revolución contra el amor, el arte, los principios inmortales y todas las tonterías de siempre». Y de un libro de Blanchot, a pesar de sus reticencias, rescata seis páginas magistrales y con eso le alcanza: «No puede tener mucho éxito; la derivación rilkeana puede enfurecer con razón; superficialmente puede parecer uno de nuestros críticos herméticos, uno que sea inteligente y consistente. Pero un libro centrado en esas seis páginas hay que publicarlo sin más; asumo la plena responsabilidad».
El resultado de la lectura de estos libros es tan estimulante como desalentador. Por un lado, uno puede advertir la inteligencia en acto de Bazlen y Ferrater, y hasta añorar una época en la que se podía imaginar a un lector anhelante de novedades, un tiempo en el que existía la obligación de tomarse ese deseo muy en serio. Por el otro, si se compara estos textos con los que suelen pasar por reseñas bibliográficas o comentarios sobre libros en la prensa actual, dan ganas de tirarse al piso a llorar. Al periodismo cultural no solo le falta sofisticación intelectual y el fino sentido del humor de estos informes: también ha olvidado el deber de la honestidad, que debiera ser algo fundamental en el arte de la crítica.