10 Jun El noveno arte en el museo más famoso
Desde hace doce años el museo parisiense invita a autores integrales, que hacen dibujo y guión, a realizar, exponer y publicar un libro que dialogue con las obras del Louvre. Por el proyecto ya pasaron figuras como Enki Bilal, Jiró Taniguchi y Nicolas de Crécy, entre otros
El Louvre es uno de los museos más conocidos y visitados del mundo, pero así y todo siempre busca mejorar su visibilidad. Una de las estrategias que emplea es acercarse al arte contemporáneo, encontrando en la letra chica de su estatuto el modo de exponer obras posteriores a 1848, el año “límite” al que debe sujetarse su colección. Una de sus estrategias más exitosas tiene que ver, llamativamente, con una disciplina que recién llegó con el siglo XX: la bande-dessinée o BD. Es decir, la historieta. Desde hace doce años el museo más famoso de París invita a autores integrales (que hacen dibujo y guión) a realizar, exponer y publicar un libro que dialogue con las obras del Louvre o incluso con el mismo palaciego edificio que lo alberga. Por el proyecto ya pasaron figuras como Enki Bilal, Jiró Taniguchi y Nicolas de Crécy, entre muchos otros. El máximo responsable de la colección, Fabrice Douar, miembro del servicio de ediciones de la institución, estuvo en Buenos Aires para hablar de la experiencia en el Encuentro Federal de la Palabra, realizado recientemente en Tecnópolis.
–El Louvre es un museo de arte clásico, ¿por qué se interesaron por la historieta?
–Porque teníamos ganas de invitar el arte contemporáneo al museo. Ya habíamos tenido exposiciones que dialogaban con las obras del museo, con nuestra colección, pero para completar esto debíamos tener también historietistas, porque creo que la historieta es un arte contemporáneo y actual. Con ese mismo principio lanzamos nuestra colección de bande-dessinée: invitamos a un autor y le damos carta blanca para que se inspire con una obra, una sala o el palacio.
–En su conferencia usted aludió a dificultades para llevar la historieta al Louvre. ¿Cuáles son esos obstáculos?
–El principal es la carta orgánica del museo. El Louvre puede exponer obras de hasta 1848. En alguna ocasión expusimos obras de Moebius sobre el Louvre y estuvo bien, pero él quería tener una exposición mayor en torno de su propia obra. Eso ya no se podía. Era imposible. En el Pompidou hubiera sido posible, pero no en el Louvre, aunque queríamos hacerlo. Entonces la forma que encontramos de rodear el obstáculo es hacer trabajar al autor en torno de nuestra colección. Al tocar la colección del Louvre podemos exponer su trabajo e incluso adquirir la obra, sus páginas.
–¿Cómo es el proceso de trabajo? ¿Cómo eligen al artista?
–Para esta colección cooperamos con una editorial especializada que se llama Futuropolis (entre otros publicó a Diego Agrimbau y Lucas Varela en Francia). Su editor y yo hacemos listas de autores que nos gustaría invitar y las comparamos. Suelen coincidir bastante. Luego contactamos al autor, le mostramos el proyecto y la mayoría de las veces aceptan. Entonces vienen al museo, los recibo, recorren las salas que quieran, ya sean de arte clásico o las arqueológicas, y de a poco se nutre su imaginación y les van surgiendo ideas. A partir de ahí trabajan con Futuropolis para la fabricación y el circuito habitual de un libro.
–Entre estos autores aparecen nombres que no son los típicos de la BD francesa. El último fue Jiró Taniguchi, que viene del manga. ¿Por qué?
–El Louvre es gigantesco, su colección abarca desde los comienzos de la historia del arte hasta mediados del siglo XIX, en todas las disciplinas. Tenemos objetos, esculturas, pinturas, arte gráfico. Tenemos Egipto, Grecia, es enorme. Entonces, la voluntad del museo es ser universal y mi idea es que esta colección intente reflejar este universalismo de la colección. Por eso mismo busco también autores que están alejados de la estética nacional. La BD es tan rica, tan variada y tiene una personalidad tan marcada como pueden serlo nuestras obras.
–Más allá de esta experiencia, ¿cuál es el lugar de la historieta en los museos franceses?
–Por ahora, para ser sinceros, no muy grande. Sé que Orsay empezó a producir historieta y que el Pompidou compró alguna y puede exponer. Desde luego hay un museo de historieta en Francia, que es el museo de Angoulême y eso de por sí ya no está nada mal, pero está dedicado sólo a la BD. Si hablamos del lugar que ocupa en el resto de los museos, es mucho menor. Claro, el Pompidou adquirió una página de historieta, porque es el arte contemporáneo y es parte de la cultura francesa. Pero, en mi opinión, la BD debe mezclarse más en las colecciones de los museos y formar parte todavía más de las colecciones de museos de arte moderno.
–¿Cuáles son las dificultades curatoriales para exponer una historieta?
–Bueno, no sé si lo que hacemos es lo ideal, pero hasta ahora considero que el mejor modo es que, como la BD viene del libro, no alcanza con exponerla en la pared, como si fuera un lienzo. Un cuadro sí está pensado para ser colgado, una página no. La historieta es una página y otra que le sigue y luego otra, y todo eso constituye un conjunto. En la pared eso se pierde y por eso considero que el mejor modo de mostrarlo es horizontalmente. La historieta no es sólo estética, sino mostrar cada página en la asociación gráfica y narrativa que la constituye.
–¿Cómo se transmite esa idea de secuencia?
–(Abre una carpeta.) Este es el proyecto que presenté en Taiwan. Las páginas se exponen horizontales, y cada mesa muestra cuatro o cinco hojas, una junto a la otra, hasta completar la secuencia o escena. En la mesa siguiente hay otra secuencia y así. Agrupando las páginas queda claro el sentido de continuidad. Luego contra la pared puedo exponer los bocetos, los estudios, análisis, proyectar videos, cosas más didácticas o más escenográficas. Pero el propósito de la exposición se centra en las mesas.
–Tras doce años de este proyecto, ¿qué balance hace?
–Marcha muy bien. Hay un público fiel que compra los libros, así que tiene buen rédito económico. Por otro lado están las inminentes exposiciones en Taiwan y en Japón. En este sentido, lograr entrar a Japón, que es un país más cerrado para aceptar productos culturales de otros lados, es algo que me enorgullece. Poder mostrar historieta europea allá, que es muy diferente del manga, es muy bueno. No podríamos prestarles La Gioconda, quizá, pero sí mostrar estos trabajos en torno de ella. Es interesante y podemos atraer a la gente al catálogo del Louvre a través de un medio diferente.